El Festival de Cine Latinoamericano: diversidad en el cartel, censura en la sala
El cine cubano siempre ha sido presentado como un espacio de libertad dentro de las artes. Pero esa libertad es relativa: depende del permiso del Estado. La edición 46 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana lo confirma. Se celebra la diversidad latinoamericana, mientras en casa se reprime la diferencia.
El festival nació como vitrina del socialismo real, alineado con la Guerra Fría. Desde entonces, la selección de películas ha sido más política que artística. Obras críticas como PM, Alicia en el pueblo de Maravillas o Santa y Andrés fueron prohibidas o retiradas. Otros cineastas, conscientes del filtro, han practicado la autocensura: guiones ajustados, metáforas veladas, silencios impuestos.
El monopolio estatal es total. El ICAIC controla producción, distribución y salas de exhibición. No hay espacio para circuitos independientes. Los intentos de muestras alternativas han sido clausurados o empujados al exilio. La consecuencia es clara: talento disperso, creatividad sofocada, un país que expulsa a sus propios artistas.
La paradoja es brutal. Mientras La Habana se viste de festival y proclama pluralidad, dentro de la isla la pluralidad cultural sigue siendo un delito. El cine cubano, ingenioso y vital, se proyecta bajo censura. Y el festival, más que un encuentro de culturas funciona como escaparate de un poder que no tolera la diferencia.
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