Cuba: el despertar ciudadano frente a la oscuridad energética.

Por Librado Linares Garcia





Las protestas que sacudieron barrios de Marianao, Regla, Alamar, Santos Suárez, San Miguel del Padrón, La Lisa y Baracoa en la noche del 8 al 9 de diciembre no son un hecho aislado ni un simple reclamo técnico por apagones. Son la expresión acumulada de décadas de deterioro económico, de la postergación sistemática de reparaciones y de la subordinación de las necesidades básicas a la propaganda política. El déficit eléctrico superior a los 2.000 MW —con diez unidades de generación fuera de servicio y la llamada generación distribuida paralizada por falta de combustible— fue el detonante inmediato. Pero la chispa que encendió las calles proviene de un malestar mucho más profundo.


La crisis energética como espejo de la nación

El colapso del sistema eléctrico refleja la misma desidia que llevó a la desintegración de la agroindustria azucarera, otrora locomotora de la economía isleña. No se trata de sanciones externas ni de piezas imposibles de adquirir: ninguna termoeléctrica es de origen estadounidense. Se trata de una gestión que privilegió la retórica internacional sobre la reparación interna, dejando al ciudadano como rehén de la ineficiencia.


El ciudadano como protagonista

Lo alentador es que el pueblo comienza a despertar. Desde el 11J, la noción de que el poder radica en la movilización ciudadana ha ido ganando terreno. Las protestas espontáneas en al menos siete barrios y municipios, muestran que los cubanos no son masoquistas ni pasivos: han sido sometidos, sí, pero ahora reclaman luz, comida y libertad. 


Los métodos de lucha empleados fueron tan sencillos como contundentes: 
- Cacerolazos, el sonido metálico de la protesta que atraviesa la noche. 
- Fogatas en las calles, símbolo de resistencia y visibilidad en medio de la oscuridad. 
- Consignas por electricidad, comida y libertad, que transforman el reclamo técnico en un grito político.
-Marchas y demás.


La represión puede intentar sofocar el ruido de las ollas, apagar las llamas o silenciar las voces, pero no puede extinguir la conciencia que se expande.


Paralelismo entre lo espontáneo y lo organizado

La protesta espontánea es el grito visceral del descontento, la reacción inmediata ante la carencia. La protesta organizada desde la No-violencia activa, en cambio, es la canalización consciente de ese mismo malestar hacia un horizonte de transformación estructural. Ambas son legítimas y necesarias: la primera despierta, la segunda construye. 


El corolario de este paralelismo es una invitación a los decisores castristas: abrir las compuertas hacia la aceptación del disenso, del reclamo de derechos y libertades desde un posicionamiento autónomo. Porque si se niega esa vía interna, podrían entrar a jugar protagonismo factores externos, y los cambios trascendentales que Cuba necesita perderían su sello auténticamente cubano.



Más allá de la propaganda

Resulta imprescindible desmontar la narrativa oficial que busca endilgar al “imperialismo” la responsabilidad de cada protesta. El origen del malestar está en la gestión interna, en la falta de voluntad para priorizar al ciudadano sobre la ideología. Culpar a factores externos es una estrategia gastada que ya no convence a quienes sufren la oscuridad en sus hogares.


Las protestas por apagones son mucho más que un reclamo por electricidad: son el símbolo de un pueblo que empieza a reconocerse como sujeto de cambio. La Cuba que despierta desde abajo y desde adentro no pide permiso para existir. Y esa es la verdadera amenaza para quienes han gobernado desde la postergación y el silencio. 


El camino hacia una transición democrática debe ser noviolento, autónomo y auténticamente cubano, porque solo así los cambios tendrán legitimidad y arraigo en la nación.

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