Intervención y estabilidad: cuando la democracia necesitó ayuda externa.
Por Librado Linares Garcia
Por décadas, América Latina ha oscilado entre la condena al intervencionismo extranjero y la necesidad de frenar el avance del autoritarismo. En ese vaivén, muchas veces se olvida que algunas intervenciones —especialmente las de Estados Unidos— no fueron actos de conquista, sino frenos al colapso institucional y al avance de sistemas totalitarios que habrían sofocado la libertad y perpetuado la pobreza.
Cuba, 1906–1909: el experimento republicano en peligro
La segunda intervención estadounidense en Cuba, bajo la Enmienda Platt, se produjo tras el colapso del gobierno de Estrada Palma. Entre 1906 y 1909, una administración provisional restableció el orden, reorganizó las instituciones y facilitó nuevas elecciones. Aunque polémica, evitó una guerra civil y permitió la continuidad del experimento republicano cubano, aún en formación.
República Dominicana, 1916–1924: del caos al Estado moderno
La ocupación militar estadounidense reorganizó las finanzas públicas, profesionalizó las fuerzas armadas y sentó las bases de un Estado moderno. Aunque dejó heridas, impidió que el país se fragmentara en caudillismos regionales y permitió una transición hacia una república más funcional.
Guatemala, 1954: el comunismo en potencia
El derrocamiento de Jacobo Árbenz, mediante la operación encubierta PBSUCCESS de la CIA, fue una respuesta directa al temor de que Guatemala se convirtiera en un régimen comunista. Árbenz había iniciado una reforma agraria radical que afectaba intereses estadounidenses, pero también mostraba señales claras de alineamiento con el bloque soviético. La intervención, aunque controvertida, impidió que el comunismo —enemigo de la libertad y la propiedad privada— se arraigara en Centroamérica. De haberse consolidado, Guatemala habría enfrentado décadas de represión, estatismo y aislamiento, como ocurrió en Cuba y más tarde en Nicaragua y Venezuela.
Panamá, 1989: el fin de la dictadura
La operación “Causa Justa” derrocó a Manuel Noriega y puso fin a una dictadura corrupta y narcotraficante. Aunque cuestionada por su costo humano, restauró la democracia y permitió una transición institucional que ha perdurado, con estabilidad económica y política.
La fragilidad de las repúblicas nacientes
Muchas naciones latinoamericanas emergieron como repúblicas sin haber desarrollado una cultura democrática sólida. No existía una tradición institucional republicana robusta, ni una clase política con experiencia en el ejercicio del poder. En ese vacío, los más voraces se hicieron del poder y lo ejercieron de forma despótica, apelando al nacionalismo como coartada para perpetuarse.
Las razones de esta inestabilidad son múltiples: estructuras coloniales excluyentes, analfabetismo, economías dependientes, y élites políticas sin compromiso con el bien común. En ese contexto, la intervención externa —aunque imperfecta— a veces fue el único freno al colapso total.
Un nuevo tiempo
Hoy, los tiempos son distintos. América Latina ha madurado institucionalmente, y la legitimidad de las intervenciones militares ha sido erosionada por el derecho internacional. Pero no debemos borrar de la historia los momentos en que la presión externa impidió que el autoritarismo se convirtiera en norma. Reconocer esa complejidad no es justificar el intervencionismo, sino entender que la defensa de la democracia a veces necesitó ayuda externa para sobrevivir.

Comentarios
Publicar un comentario