El siglo XX y la herencia totalitaria: una advertencia vigente
Por Librad Linares Garcia
Cada 7 de noviembre, algunos celebran la Revolución de Octubre de 1917 como el inicio de una nueva era. Pero lejos de ser una gesta emancipadora, aquel episodio marcó el nacimiento del primer régimen totalitario del siglo XX.
Bajo la dirección de Lenin, los bolcheviques no liberaron a Rusia: la sometieron. Disolvieron la Asamblea Constituyente elegida democráticamente, instauraron un partido único y crearon la Cheka, una policía secreta que sembró el terror. Fue un golpe de Estado disfrazado de revolución, que traicionó el espíritu democrático de febrero de ese mismo año.
El comunismo soviético no fue una excepción histórica, sino el primero de los tres grandes totalitarismos que asolaron el siglo pasado, junto al fascismo italiano y el nazismo alemán. Aunque sus ideologías diferían —clase, nación o raza como ejes de movilización— compartieron una estructura común: partido único, represión sistemática, culto al líder, propaganda omnipresente, economía dirigida y negación de las libertades individuales.
Todos prometieron redención y entregaron horror.
El comunismo justificó sus crímenes en nombre de la igualdad; el fascismo, en nombre del orden; el nazismo, en nombre de la pureza. Pero el resultado fue el mismo: millones de muertos, sociedades sometidas y generaciones marcadas por el miedo.
La historia del siglo XX es una advertencia: cuando el Estado se convierte en un fin en sí mismo, cuando la ideología se impone como verdad absoluta, la dignidad humana es la primera víctima.
Hoy, aunque los totalitarismos clásicos han caído, sus herederos persisten.
En China, Irán o Rusia, vemos regímenes que reproducen muchas de sus lógicas: control absoluto del poder, represión de la disidencia, manipulación de la historia y vigilancia sobre la vida privada. No son copias exactas, pero beben de la misma fuente: la convicción de que el individuo debe someterse al Estado.
Y en nuestra región, el castrismo encarna esa herencia totalitaria en su versión comunista. Desde 1959, Cuba ha vivido bajo un régimen que concentra el poder en un solo partido, reprime la disidencia, censura la prensa y niega las libertades fundamentales. La revolución prometió justicia social, pero entregó control absoluto. Como en la URSS, el culto al líder, la vigilancia vecinal y la propaganda han sido pilares del sistema.
El castrismo no es una anomalía: es la continuidad de un modelo que nació en Petrogrado y se expandió por el mundo con la promesa de redención y el método del terror.
No hay nada que celebrar en el aniversario de la Revolución de Octubre. Hay, en cambio, mucho que recordar y advertir. Porque el totalitarismo no es un fantasma del pasado: es una amenaza latente. Y solo una ciudadanía consciente, crítica y comprometida con la libertad puede evitar que vuelva a imponerse.

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