🧨 El teatro del trabajo voluntario y la represión maquillada.

Por Librado Linares Garcia

En la prensa oficial cubana, es común ver a Díaz-Canel y los jerarcas del PCC realizando trabajos “voluntarios”: cortando césped, recogiendo ramas, empuñando machetes. Esta escenografía no es nueva; es una réplica del modelo guevarista de trabajo voluntario, que en su momento se vendió como símbolo de compromiso revolucionario. Pero hoy, en medio del colapso económico y social, ¿qué sentido tiene? Mientras la productividad real de la economía se desploma, los servicios públicos se deterioran y la disciplina laboral y tecnológica se hunde, estos actos se presentan como gestos heroicos. Sin embargo, abandonar el estudio o el trabajo para participar en un espectáculo propagandístico es una contradicción absurda. No se construye país con machetes en mano y cámaras encendidas, sino con instituciones funcionales, transparencia y eficiencia. Lo que intentan remendar con estas puestas en escena es el resultado de décadas de ineptitud, corrupción y abulia política. Nadie rinde cuentas. Nadie paga los platos rotos. Y mientras tanto, el pueblo sigue bregando hacia la nada, con sus necesidades y angustias en aumento. Ahora, ante el creciente malestar social, el gobierno anuncia la movilización del ejército y el MININT “para ayudar a la población”. Pero lo que se deduce de esta presencia castrense en las calles no es solidaridad, sino intimidación. Es una estrategia para contener las protestas espontáneas que surgen por los apagones, la falta de agua, la basura acumulada, el hambre y la escasez de medicamentos. Como alternativa a la protesta civil, Díaz-Canel propone que los ciudadanos “planteen sus quejas” al gobierno y al PCC. Pero no especifica cómo. ¿A quién se le plantea una queja cuando los dirigentes carecen de poder real y recursos? ¿Qué impacto puede tener una queja lacónica en un sistema que no escucha? Este modelo de simulacro voluntario y represión encubierta no resuelve nada. Solo posterga el estallido inevitable de una sociedad que ya no cree en los gestos, sino en los hechos.