Cuando la oración mueve montañas… literalmente

Por Librado Linares Garcia
El huracán Melissa se perfilaba como una amenaza catastrófica para Santiago de Cuba. Los modelos meteorológicos coincidían: un ciclón categoría 5, con vientos devastadores, se dirigía directo hacia una ciudad ya golpeada por la precariedad y la fragilidad estructural. 

Las proyecciones eran sombrías. Las alertas estaban encendidas. El temor era palpable. Pero entonces, algo cambió. Desde la fe, desde la esperanza, desde la urgencia espiritual, convocamos a orar. A suplicar. A clamar por los santiagueros. 

No fue una oración aislada ni tímida. Fue un clamor colectivo, sincero, profundo. Y aunque la ciencia meteorológica no lo explique en esos términos, las montañas de Jamaica hicieron lo impensable: desviaron y debilitaron a Melissa. 

El monstruo que amenazaba con arrasar Santiago se redujo a categoría 3. Entró por el municipio de Guamá, al oeste de la ciudad, y Santiago solo sintió vientos de tormenta tropical. Mucho más débiles. Mucho más llevaderos. Las pérdidas materiales son cuantiosas —se estima que rondan los 5 mil millones de dólares—, pero la tragedia humana que se temía no ocurrió. 

Y desde la fe cristiana, no podemos ignorar lo evidente: las súplicas funcionaron. Dios escuchó. La oración movió montañas. Literalmente. 

Este no es un llamado a negar la ciencia ni a romantizar el sufrimiento. Es un recordatorio de que la fe tiene poder, especialmente cuando se ejerce en comunidad, con humildad y propósito. En un país donde tantas veces nos sentimos impotentes ante la adversidad, la oración fue resistencia, fue escudo, fue consuelo. 

Santiago vive. Cuba resiste. Y nosotros seguimos orando.

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