Santiago de Cuba: la ciudad que recibirá a Melissa con hambre, ruina y abandono

Por Librado Linares Garcia
Cuando el huracán Melissa, categoría 5, toque tierra en el oriente cubano, no solo traerá vientos de casi 300 km/h y lluvias torrenciales. Traerá también la confirmación de una tragedia anunciada: la de una ciudad que ya estaba en ruinas antes de que llegara la tormenta. Santiago de Cuba no está preparada. No puede estarlo. ¿Cómo puede una ciudad resistir un ciclón cuando su gente lleva cuatro meses sin recibir una canasta básica digna? Ayer, apenas una libra de azúcar y cuatro cajas de cigarros por persona, y una lata de sardinas por adulto mayor. El hambre no es una metáfora: es una realidad que se desborda, como se desbordó el camión de picadillo de pollo que fue asaltado por una multitud desesperada. No fue saqueo: fue supervivencia. Se estima que 90 % de las viviendas están en estado regular o malo. Techos que gotean, cuarterías que tiemblan con cada brisa, paredes que se desmoronan con la humedad. ¿Qué pasará cuando Melissa descargue su furia? ¿Cuántas vidas se perderán bajo escombros que ya estaban a punto de caer? La basura se acumula en las esquinas como presagio de enfermedad. Comunales no tiene ni guantes, ni palas, ni camiones, así como la plantilla incompleta. Los trabajadores improvisan con sacos rotos. Y mientras tanto, los tragantes siguen tupidos desde la tormenta Imelda. El sistema de alcantarillado está colapsado. Los barrios bajos, como el de la avenida Los Pinos, serán lagunas de aguas negras. ¿Quién responderá por las vidas que se ahoguen en esa mezcla de lluvia y abandono? El agua potable no llega desde hace un mes. Muchos beben agua de lluvia. Otros, lo que pueden. En medio de una epidemia de arbovirosis, con dengue hemorrágico cobrando vidas, la gente se automedica con cocimientos de flor de uva y calabaza. No hay medicamentos. No hay servicios médicos funcionales. No hay esperanza. Y ahora, Melissa. No es solo un huracán. Es una sentencia. Una ciudad hambrienta, enferma, infraestructura constructiva precaria, sin agua, sin drenaje ni recogida de basura, enfrentará una de las tormentas más poderosas de los últimos tiempos. Y lo hará sola, con las manos vacías y el alma en vilo. Hoy, más que nunca, Santiago necesita que oremos por ella. Porque cuando el viento amaine y el agua baje, lo que quedará al descubierto no será solo la devastación del ciclón, sino la de años de abandono.

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